martes, 9 de abril de 2013

Corre y haz lo que quieras


Ahora que os animáis, que cada vez sois más los que os calzáis las zapatillas, que en el mes de abril, y tras las lluvias, florecen las cunetas, tanto en vegetación como en deportistas aficionados. Ahora que tenéis cada uno vuestra excusa para sudar encima del asfalto. Ya sea por salud, por estética, por deporte, por distracción, etc.

Ahora que estáis llenando las riberas, caminos y parques de zancadas. Ahora que tímidamente vais andando y probáis a lanzar el pie y hacéis 100 metros más ligeros que antes cuando nadie os ve. Ahora, estáis de lleno metidos en esa espiral que día a día, paso a paso, se os va a hacer imposible abandonar.  Bienvenidos.
No soy quién para dar consejos, a penas supero los 2 años corriendo cuando las lesiones (ajenas al running) me lo han permitido, pero ya estáis inmersos en la actividad que más satisfacciones os va a reportar.  

Cualquiera dirá que ellos también pueden hacerlo si se lo plantean, pero ni lo hacen, ni se lo plantean. Vuestros (nuestros) retos, los conocemos bien, y superarlos supone una felicidad instantánea pero eterna, que inexorablemente se traduce en el próximo objetivo a batir. Esos retos no son correr una maratón en menos de 3 horas, ni siquiera de entrar en el top 50 de un 10.000, y ni mucho menos completar un ironman. La felicidad de los locos que corremos no pasa por cruzar un arco de meta o llegar por debajo de lo esperado al paso por la media. Nuestra felicidad está dibujada en la tercera farola, el cuarto árbol o el segundo banco de un parque, en el mojón kilométrico de una vía de servicio o la verja de entrada a una finca por la que pasamos a menudo cuando salimos a correr. Referencias cotidianas que disfrazamos de estadios olímpicos.

Llega el momento en el que, sin darnos cuenta, conjugamos nuestra afición con verbos diferentes. Cambiamos el “salir a correr” por “entrenar”, pero no lo hacemos para competir, es pura y simple necesidad. (Que me lo pregunten tras 2 meses totalmente incapaz de salir a entrenar).

Lo sabemos, nunca ganaremos una carrera, algunos no tenemos ni el cuerpo idóneo para hacer un papel relevante en cualquiera de esas pruebas de domingo en las que, nerviosos, tenemos el dorsal adherido a la camiseta con 4 imperdibles desde la noche de antes. Pero siempre se repite el ritual. Nervios, nervios y más nervios hasta que…¡PAMMM!...pistoletazo de salida y a volar. Y el lunes es menos lunes, porque quedamos para volver a pisotear el parque de siempre con los amigos y contarnos cómo nos fue. Otra vez esa farola, ese árbol, ese banco.

Y no hace falta inscribirse en una carrera para disfrutar del running, pero una cosa lleva a la otra. Y terminamos por estructurar los horarios de la semana en función de nuestro calendario de entrenamientos que, como si de un atleta olímpico se tratase, hacemos por cumplir a sabiendas de que el día empieza o acaba con las zapatillas puestas.

Cuento por decenas las pruebas populares que he finalizado (y siguen siendo muy pocas), y en ninguna he visto llegar triste a alguien a la meta. Desfondados, exhaustos, empapados, doloridos…sí, pero ¿tristes? Ninguno. En una mañana de domingo, el último aplaude devotamente al primero poco antes de darse la salida, y el primero espera y aplaude respetuosa y sinceramente al último, porque, y aquí está la magia, ha ganado a todos los que no se han atrevido.

Hay expresiones estúpidas: “Correr es de cobardes”. El cobarde, compañero, eres tú que no te atreves a ponerte unas zapatillas y enfrentarte únicamente a tus sensaciones. Que no te atreves a ser feliz. Que no te atreves a experimentar qué se siente llegando a la tercera farola, el cuarto árbol o el segundo banco.