viernes, 12 de marzo de 2010

De arquitectura y decisiones de proyecto (de vida)

Me gusta la arquitectura.

Es difícil recordar el día en el que dije: quiero ser arquitecto. Casi ni lo decidí, todo ha fluido con discreta naturalidad hasta encontrarme irremediablemente a las puertas del proyecto fin de carrera próximo a empezar. Y ahora, que pronto estaré en el ejercicio profesional, cojo un rotulador rojo y marco este punto de inflexión en la deformada del calendario (chiste, sin gracia, entendible por algunos pocos-locos que se han decantado por este mundillo).

Septiembre de 2004, primer día de universitario, y una frase para el recuerdo: "bienvenidos a la profesión más bella de todas. Una profesión que nunca se deja de estudiar, y en la que no se discierne entre estudiante y profesional. Porque desde hoy sois arquitectos, y nunca dejaréis de ser estudiantes".

Otro paso atrás, septiembre de 2000, colegio Agustinos. Todos mis compañeros de ciencias se matriculan de Biología, menos yo, que opto por el Dibujo. De aquella época se queda grabado la insistencia del profesor en aquello de: "ejercicio bien resuelto, con los datos mal tomados cuenta como mal..." o una similar tal que: "grosor del rotring 0,2 es 0,2 no es 0,4; y no se dice pinchar, se dice hacer centro..."

Pero no eran los primeros contactos con la arquitectura, el dibujo, las matemáticas y la geometría. Siempre he tenido mi habitación plagada de piececitas con las que CONSTRUIR castillos de princesas y puentes de caballeros. Trincheras de soldados y refugios de francotiradores. Incluso los primeros encargos de casas para Barbie y el pedorro de Ken, con las que mi hermana desesperaba por la extensión de los plazos de entrega (se ve que la administración y la solicitud de licencia y primera ocupación funcionan igual a cualquier escala y desde cualquier época).

Aquí un servidor es hijo de aparejador-arquitecto, casado con una mujer muy paciente, mi mamá. Ya estaba dando la lata cuando papá terminaba su segunda carrera, casualmente el proyecto fin de carrera que yo en breve comenzaré. Eran días y noches de mesa de dibujo, café, plumillas, cuchilla y papel vegetal. Paralés, escuadra y cartabón, y escalímetro. Papá dibujaba, mamá colaboraba delineando y pasando a tinta, y daba los retoques estéticos a las plantas del proyecto (igual que ha hecho siempre con los trabajos del cole de mi hermana y míos). Y Aquí el cabezón con 1 año entorpecía la labor tirando de las esquinas de los planos que se agolpaban en la habitación. Ahí, sin quererlo supe que sería arquitecto:"llévate al niño que así no hay manera de acabar..."

Por todo ello ahora me acuerdo con cierta risa irónica de las incontables ocasiones en las que escuché:"¿Arquitectura? no sabes donde te metes...". Perdone, usted no sabe lo que es arquitectura. No lo he elegido, he nacido así.

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